hoy hace exactamente un mes estaba en Madrid, esperando a que empezase el concierto de The National en el Wizink Center
“a ver qué excentricidades se saca de la manga nuestro amigo Matt”, le dice el tío que tengo al lado a su colega, y yo aún no sé a qué se refiere, porque llevo mil años escuchando al grupo, pero es la primera vez que los veo en directo
y en algún momento suenan las primeras notas de piano de Once upon a poolside y ya no hace falta que me pregunte si lo que dice la canción es verdad, porque estoy viendo cómo sucede
pienso, incluso antes de escuchar las palabras: “no lo hagas más difícil, Matt, porque todos estamos esperando, bajo las luces y da igual que intentes mantener las distancias” y entonces empieza…
su voz entra con fuerza… no, con fuerza no: con profundidad; llenando el espacio y durante unos minutos parece que todos los presentes estemos aguantando la respiración
porque incluso durante sus gestos más teatrales, en los que parece un hijo raro que Michael Stipe y Nick Cave hubieran parido sin querer, uno debe entender que Matt está cantando con toda la sinceridad con la que una persona es capaz de cantar
y nos dice, con cada canción, que ha estado hundido y bloqueado y que no era capaz de escribir… nos dice que ha sido lo más cerca que han estado (de separarse)
pero ahora están aquí, confundiendo a los que pensaban que The National era una banda lenta y aburrida
porque los llamados “padres tristes” han tardado 25 años en aprender a divertirse, pero más vale tarde que nunca
y mucha gente se lo tomaría como un insulto, pero ellos no… ellos hacen camisetas con el eslogan y entienden que aceptar su propio envejecimiento es algo bonito
escuchar a The National es vivir a saltos entre el recuerdo nostálgico y la catarsis más violenta
es poesía sobre lienzos delicados y mil capas de texturas superpuestas
escuchar a The National, a ratos, se parece a ser el tío asocial que bebe solo en la esquina de un baile de graduación en Estados Unidos… en otros momentos es más bien como estar borracho y muy enfadado de madrugada… sólo a veces, el sentimiento es de paz… y casi todo el tiempo es como si te estuviesen rompiendo el corazón pero el dolor de la ruptura supiese dulce…
no sé si se nos rompió el corazón por escuchar a The National o si escuchamos a The National porque se nos rompió el corazón y todo esto es altamente subjetivo, pero es el único tipo de “crónica” que soy capaz de escribir
lo que sí es una verdad objetiva es que Matt cruzó de un lado a otro, a través del público, la pista entera del Wizink un par de veces, gritando “I won’t fuck us over, I’m Mr. November”, mientras los pipas le sujetaban el cable del micro y (¡!) sin perder las gafas en el intento
ahí están las excentricidades del frontman, sí, el tío de al lado tenía razón… hay un momento en el que la estampida de gente y el tumulto son tan exagerados que los de seguridad se asoman desde las salidas de emergencia como si estuviese ocurriendo algo
y está ocurriendo algo… pero no es eso, no son las excentricidades… las excentricidades son sólo parte del “show” y tengo que decir que ni siquiera es la parte más interesante, o al menos no lo es para mí, porque a mí no me importa el “show”
me importa la música
además, también a pesar de las excentricidades, yo sé que Matt no es el frontman
el verdadero frontman o líder espiritual de la banda, para mí al menos, es Aaron Dessner, que se mira con su hermano gemelo Bryce, de un lado al otro del escenario, como dos chavales de instituto pasándoselo genial en su primer bolo
Aaron, que nos habla con calma mientras Matt se recupera, nos da las gracias por estar ahí y nos cuenta que van a tocar Slipping Husband por primera vez desde 2006
y tiene pinta de que lo de cambiar el setlist cada noche es cosa suya, lo que puede suponer escuchar tu canción rara favorita y perderte el hit
puede suponer que cada noche todo sea nuevo y que, tal vez, sigas pasándotelo bien después de 25 años sobre los escenarios
mi primer –pero no último– concierto de The National, después de casi una década escuchándolos, fue un viaje melancólico y ruidoso de sentimientos viejos y nuevos, urgencia, nostalgia y, de alguna manera, también una despedida
y para terminar, o para dejar inconcluso el camino, todos cantamos juntos, como una familia de padres tristes que han aprendido a pasárselo bien
“it takes an ocean not to break”